El concepto “innovación”, en la actualidad, se ha colado en nuestras vidas convirtiéndose en un elemento clave y fundamental, no sólo para avanzar laboralmente, sino también para el desarrollo de nuestra vida personal. En este contexto sorprende el elevado número de entidades que no entienden lo qué es, que no tienen conocimientos sobre cómo innovar. Asimismo, extraña el gran número de personas que siguen asociando la innovación con el mundo de las grandes empresas, universidades y ciudades, así como con el mundo de las tecnologías y las ciencias, sin sospechar que para ellas mismas y sus organizaciones podría ser el elemento clave para continuar avanzando y dar soluciones más eficaces a sus problemas.
El término “innovación” se ha implantado con tanta fuerza en nuestra sociedad que ha comenzado a formar parte de nuestro vocabulario habitual y todos buscamos momentos, oportunidades y/o excusas que nos permitan poner en valor lo innovadores que somos y/o lo innovador que son las empresas, administraciones o entidades en las que trabajamos. ¿Cómo podría ser de otra forma en un momento en el que no dejan de alzarse voces que hablan de ideas como: “sin innovación no hay futuro”, “estamos en la época de la transformación digital”, “innovación implica creatividad, investigación y desarrollo (I+D)”, “sólo obtienen financiación los proyectos innovadores”, “sin innovación no hay crecimiento”, “la innovación mejora la vida de las personas” etc?
Pero, ¿sabemos realmente qué es la innovación? Analizando estas definiciones más extendidas no es de extrañar la falsa creencia de que la innovación es un ámbito restrictivo de las empresas, donde no tienen cabida las entidades sin ánimo de lucro, ni las administraciones públicas. La Real Academia Española (RAE) define la innovación como «la acción de modificar un producto para su introducción en el mercado» y la OCDE como «un proceso iterativo activado por la percepción de una oportunidad proporcionada por un nuevo mercado y/o nuevo servicio y/o avance tecnológico que se puede entregar a través de actividades de definición, diseño, producción, marketing y éxito comercial del invento». Otras definiciones muy extendidas son «crear una oferta viable que es nueva de acuerdo a un contexto y tiempo específico creando valor tanto para el usuario como para el proveedor» o «la innovación es la comercialización con éxito de una invención novel».
¡Esto no es cierto! La RAE también considera innovar el hecho de «alterar cualquier cosa introduciéndole novedades» y existen otras definiciones que relacionan la innovación con la aplicación de ideas o prácticas novedosas en un contexto, aunque éstas estén menos extendidas.
Por mis años de experiencia en este campo, puedo afirmar que la innovación no es algo exclusivo de las grandes empresas, sino que cualquier entidad y cualquier persona puede innovar, permitiéndoles realizar un trabajo más eficaz, eficiente y de calidad que aumente los resultados obtenidos con sus acciones y el impacto del mismo. Para mí la innovación es algo que se puede definir de una manera muy sencilla, sin excluir a nadie: “innovación es todo aquello que aporta un valor”. Y este valor puede ser económico, pero también social. E incluso si tenemos la capacidad de ser buenos innovadores podremos crear ideas, proyectos y metodologías que consigan un valor económico y social a la vez. En estos casos, el éxito de nuestra innovación estará garantizada, pues se conseguirá la sostenibilidad de la acción y su retorno social.
Adicionalmente, es importante señalar que la innovación no es sólo un concepto, sino también una filosofía de trabajo, ya que se puede innovar no sólo en el producto, sino también en la organización, el mercado, la gestión, los modelos de negocios, los sistemas de seguimiento y evaluación, la estrategía, el servicios, los procesos, la comunicación, la experiencia con el usuario/beneficiario, etc. En todo estas fases y acciones se puede innovar, en todas ellas se pueden identificar elementos que añadan un valor diferencial para apoyar a que nuestro proyecto sobresalga. Un valor que reporte a la entidad recursos económicos (ya sea por la comercialización del productos o por el acceso a subvenciones y financiación) y un retorno social para todas las personas.
Esta extensión de la innovación más allá del proyecto es, precisamente, el motivo por el que cada vez se habla más de que ya no basta con tener una idea innovadora, sino que es necesario que la innovación este presente en todas las fases de la implementación de la misma, desde su diseño, desarrollo, gestión/comercialización, evaluación de los resultados y escalabilidad. Cuando la innovación se implanta de manera transversal en una organización es más fácil conseguir poner en el mercado un productos con éxito o que nuestro proyecto pueda acceder a vías de financiación.
No lo dudes, ¡INNOVA!f Todas las personas y entidades pueden innovar. A innovar se aprende.
Myriam Pérez Andrada,
Experta en Políticas Públicas, Innovación y Financiación.